30/8/16

De cervezas y smartphones

Era el último sábado de agosto. El bar de siempre, unas birras y buena música, porque después de más de una década de salidas nocturnas con resultados de lo más variopinto acabas prefiriendo andar por lo segao y no necesitas gran cosa para pasarlo bien. La conversación transcurría por los derroteros habituales: series, cine, tecnología, redes sociales, música, cotilleos, futuro, actualidad, chicas, videojuegos, el curioso hecho de que hay algunas personas que tienen pareja aun siendo subnormales profundos, en fin, un montón de cosas.

No sé a qué conclusión llegó uno de esos temas, pero de repente me vi con el móvil en la mano y rellenando (como buenamente podía a esas horas) un formulario online para comprar las entradas para Wacken 2017. De verdad de la buena. El puto festival heavy más grande del mundo, en algún lugar de Alemania entre la desembocadura del Elba y la frontera con Dinamarca. Siempre he pensado que los que amamos este género musical porque lo hemos mamado desde la infancia deberíamos peregrinar a Wacken al menos una vez en la vida cual sarraceno que visita La Meca, y de repente, sin haberlo previsto, estamos a menos de un año de hacer ese sueño realidad. Mucha ilusión, muchas ganas. Contando los días que faltan de uno en uno y, dado que estoy en una situación de mi vida en la que no sé qué será de mí ni siquiera el mes que viene, rezando por que finalmente llegue ese día sin ningún contratiempo. 

No tengo ninguna duda de que va a ser una experiencia única. Todos los que han peregrinado alguna vez dicen que es una pasada, que todo está muy bien organizado, que ni siquiera un diluvio podría provocar la cancelación de un concierto. El cartel es lo que menos me preocupa. Uno puede comprar las entradas a ciegas con la total certeza de que el cartel será de lujo. De hecho, para cuando yo vaya están confirmados grupos que tengo muchas ganas de ver en directo, como Avantasia, Sonata Arctica, Kreator y Amon Amarth, entre otros. Será jodidamente épico y os daré parte de ello con todo lujo de detalles.




Bienvenidos al siglo XXI, donde con un poco de alcohol puedes cometer todas las locuras que quieras a través un dispositivo del tamaño de la palma de tu mano.

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