1/11/17

Hedi, un viento de libertad (Mohamed Ben Attia, 2016)


Hedi es el debut en largometraje de ficción del director tunecino Mohamed Ben Attia. Túnez es el único país en el que la primavera árabe ha servido para algo, al menos en términos de libertad de expresión, de modo que es difícil no ver esta película bajo ese prisma: a ver qué tienen los tunecinos que decir ahora que pueden. En ese sentido, esto no es una película sobre la primavera árabe ni sobre las consecuencias de la misma, aunque se mencione de pasada. Hedi habla de un tema muy recurrente en el cine árabe y no tan árabe, que es el choque entre tradición y modernidad. Lo hace a través de un protagonista frustrado personal y profesionalmente, con un trabajo de mierda como comercial de la Peugeot y a la espera de un matrimonio de conveniencia que no le aporta nada. En una de sus visitas comerciales debe quedarse en un hotel, donde conoce a una atractiva animadora turística unos años mayor que él, se enamoran, él toma la decisión de que le merece la pena dejarlo todo e irse con ella, etcétera. Nada nuevo.

El protagonista, Majd Mastoura, se ha llevado un Oso de Plata al mejor actor por este papel. No es para menos, teniendo en cuenta que desde el minuto uno ya vemos a ese Hedi cabizbajo, serio, gris, que transmite una tristeza increíble sin necesidad de mediar palabra ni hacer ningún aspaviento. Es fácil empatizar con él cuando se fija en una bailarina atractiva y simpática que tiene pinta de ser la alegría de la huerta. No la conoce, pero le mola. Sin embargo, no se da cuenta de que lo que le atrae no es ella, con su nombre y sus apellidos, sino que representa un tipo de vida totalmente distinta a la que él lleva: no es una mujer, sino una puerta de salida.

Tengo claro lo que Hedi ha visto en la chica. Sin embargo, no termino de entender por qué ella le corresponde, siendo un tipo más bien triste que no tiene nada que aportar. Esto es un problema muy habitual de las historias de chico conoce a chica que pocas veces da una respuesta que me deje satisfecho (si es que da alguna), y esta no es una excepción. Tú eres un pardillo, te enamoras de una mujer a la que no le tienes nada que ofrecer, para la que de hecho serías una carga porque la pondrías en el compromiso de sacarte de tu vida de mierda, y ella te corresponde porque... pues porque sí, qué más da. Este concepto ha destrozado la mente de muchos adolescentes, que acaban teniendo una visión del amor que me parece cualquier cosa menos sana.

Sin embargo, sí que me parece bien el amor como ese detonante que te hace abrir los ojos ante el resto de la vida. Es como: hey tío, tu rollo es esa tía, no la que te ha elegido tu madre; tu rollo es ser dibujante, no vender coches: ponte las putas pilas y sigue tu propio camino, no el que te han marcado. El amor como ese empujón irracional que nos hace querer crecer como persona, a nivel individual, independientemente de que sea correspondido o no.


Ben Attia hace que el protagonista empiece viendo en la chica una tabla de salvación a la que agarrarse, pero al final acabará siendo un trampolín desde el que dar el salto hacia lo desconocido. O no. Que cada espectador decida.

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