10/2/14

Superman: Hijo Rojo

Mira que yo nunca he sido de leer cómics de superhéroes (con la honrosa excepción de Superlópez), pero la idea de un camarada Superman era demasiado jugosa como para dejarla pasar. El genio que dio luz a esto, Mark Millar, parte de la idea de que la cápsula de Kal-El se estrella en una granja colectiva de Ucrania, y no en los aburridos Estados Unidos. Gracias a sus poderes, el joven Superman pronto se convierte en el ojito derecho del camarada Stalin y, cuando este muere, el destino de la patria socialista queda en manos del kriptoniano, que se enfrentará a peligrosos imperialistas como Batman, Linterna Verde y Lex Luthor, un científico loco a sueldo del Pentágono.

Hay tener en cuenta que este cómic ilustra como hubiera sido Superman si hubiese caído en la URSS, no como hubiera sido el cómic de Superman si se hubiera escrito en la URSS. Esto significa que Superman: Hijo Rojo es un cómic hecho por capitalistas y para capitalistas, es decir, que no mola tanto como podría molar. El protagonista es retratado como un tirano megalómano que quiere conquistar el mundo, mientras que quienes se oponen a la utopía socialista son simples disidentes y héroes de la libertad. Pero qué demonios, a mí no me engañan: con Superman no pasamos hambre y tenemos trabajo, así que, por lo que a mí respecta, Luthor y los suyos pueden meterse la libertad del capitalismo por donde yo me sé.

Un punto interesante, por cierto, es que el camarada Superman se considera a sí mismo apolítico. Realmente él no era consciente de estar defendiendo una ideología política, sino que luchaba por un mundo más justo, al igual que el Superman normal, o ese Batman que lucha en defensa de los intereses de la burguesía (más que nada porque él es un burguesazo del quince) tan bien captado en las pelis de Nolan. El apoliticismo no existe, hamijos, y de hecho no hay nada más político que lo que consideramos apolítico, empezando por todo esos superhéroes que luchan por "la justicia". Es la mejor lección que podemos sacar del cómic de Millar.

¡Slava, Superman!

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