11/5/13

Adolf Hitler - Mi lucha

Llevaba muchos años, prácticamente desde mi adolescencia, con ganas de leerme el Mein Kampf. Ganas sí, aunque no voluntad, porque ya había empezado a leerlo dos veces, dejándolo de lado antes de llegar a la quinta página. Pero a la tercera fue la vencida y, ahora que puedo jactarme (¿jactarme?) de haber leído a Hitler, tengo que reconocer que ha sido una lectura muy interesante. Bueno, interesante es la primera parte; la segunda, en cambio, es un coñazo infumable en el que no hace más que pontificar sobre lo que es Alemania, el Partido y los judíos, y en ese sentido no aporta nada nuevo a lo que ya todos sabemos del nazismo y aún hoy vemos en la extrema derecha que dice no ser nazi y otras corrientes tercerposicionistas que dicen que son demócratas. 

El primer volumen, en cambio, lo he disfrutado mucho. En él, Hitler nos cuenta cómo fueron sus años mozos y cómo pasó de ser un niño normal a ser el malandrín que todos conocemos. Es como una precuela. Como si Anakin Skywalker hubiese escrito un libro contando cómo se convirtió en Darth Vader (de hecho animo a alguien que escriba bien a escribir la autobiografía de Anakin: podría estar interesantísima).  ¿Y cómo llegó el pequeño Adolfito a ser el Fürhrer? Pues yo he visto tres claves:

1. Hitler era hijo de un agente de audanas austriaco, por lo que pasó su infancia en la frontera austroalemana, sin residencia fija, lo que hizo que desarrollase un fuerte sentimiento patriótico alemán. Parece ser que estos niños sin patria chica acaban siendo unos fanáticos de la patria grande, como cuenta Álvarez Junco en su magnífica biografía de Alejandro Lerroux (también conocido como el Rosa Díez del siglo XX).

2. Además, a Hitler le encantaba Hitler. Era, al igual que Sheldon Cooper, un hombre atormentado por el hecho de que él era demasiado listo y los demás demasiado tontos. En sus páginas se percibe claramente el sufrimiento por la soledad de ser una mente brillante atrapada en un entorno mediocre. 

3. Durante su estancia en Viena conoció, entre otros, a Karl Lueger, que fue el que le comió el tarro con el asunto de los judíos. Como él mismo reconoce, antes de entrar en contacto con Lueger, pensaba que los judíos no eran más que gente con una religión distinta. Luego empezó a ver judíos por todas partes: judíos liderando los partidos y sindicatos obreros, judíos dirigiendo los periódicos, judíos en las judías, etcétera. Y ninguno tramaba nada bueno.

Estos tres factores dieron lugar al Hitler que empezó a montarse películas y elaborar teorías de la pureza de la raza, las jerarquías raciales y demás, todo basado en afirmaciones gratuitas (¡sin notas a pie de página!) que a día de hoy sólo consiguen sacarte una sonrisa, como por ejemplo
Todo cruzamiento de razas conduce fatalmente, tarde o temprano, a la extinción del producto híbrido mientras en el ambiente coexista  en alguna forma de unidad racial, el elemento cualitativamente superior representado en este cruzamiento. El peligro que amenaza al producto híbrido desaparece en el preciso momento de la bastardización del último elemento puro de raza superior.
Con esto no he podido evitar acordarme de la teoría de la evolución explicada por la señora Garrison:


También me ha gustado cuando critica que el Estado alemán reparte títulos de ciudadanía a diestro y siniestro, cuando se ve a simple vista que no son alemanes. 
Aparte de la ciudadanización por nacimiento, ese mismo derecho es susceptible de adquirirse más adelante. Todo el proceso de tal sistema de ciudadanización no es muy diferente del trámite prescrito para el ingreso de un nuevo miembro en un club de automóviles. Un rasgo de pluma basta para hacer de cualquier mongol "un alemán" auténtico.
Lo que proponía el futuro canciller era que sólo se otorgase la ciudadanía a personas de sangre alemana, algo que, mutatis mutandis, viene habitualmente en el programa de Alianza Nacional. Esos sí que son mongoles. 

Habría muchas más cosas que decir, porque el libro tiene miga, pero no quiero alargarme más. Echadle un vistazo si tenéis algo de tiempo (si no lo tenéis tampoco os vais a perder nada), que haberse leído del Mein Kampf da para mucho postureo en las conversaciones de chigre. Y no, no te vuelves nazi sólo por leerlo, como parecen creer los partidarios de la censura.

Sieg heil!

No hay comentarios: