19/4/13

Una entidad política destinada al fracaso

Me refiero a Panem, el Estado ficticio en el que está ambientada la trilogía de Los Juegos del Hambre. El nombre este país viene de panem et circenses, la famosa receta de Juvenal para mantener a las masas tranquilas y obedientes. El problema es que en Panem, como en España, falta pan y sobra circo. Bueno, realmente no es que falte pan, sino que está mal repartido: los ciudadanos de los doce distritos del país llevan una vida miserable para que los de la capital puedan vivir como Dios. Lamentablemente, el gobierno no dispone de un aparato propagandístico lo suficientemente desarrollado como para convencer a la gente de que el beneficio de los ricos redunda en el bien común (puestos de trabajo, puestos de trabajo everywhere), por lo que sólo puede mantener la paz social mediante dos mecanismos: la represión y una mezcla entre reality show y lucha de gladiadores que recibe el nombre de los Juegos del Hambre, donde 24 adolescentes (un hombre y una mujer de cada distrito) luchan hasta la muerte hasta que sólo quede uno.

En teoría, los Juegos del Hambre son una institución que, además de entretener a la burguesía de la capital, sirve para recordar a los habitantes de los doce distritos que no pueden hacer nada para cambiar las cosas. A mí personalmente no me parece nada convincente. En primer lugar: vale, cada años cogen a veinticuatro adolescentes y matan a veintitrés... ¿y? A estas alturas (creo que llevan ya setenta y cuatro ediciones) esa masacre ritual ya debe de estar desprovista de todo significado. De hecho, ya tienen más de evento deportivo que de otra cosa: los Juegos del Hambre le dicen a la ciudadanía: exactamente lo mismo que nos dice a nosotros la Copa del Rey.

Pero lo peor no es esto. Lo que las autoridades de Panem parecen ignorar es que les están enseñando a los ciudadanos técnicas de supervivencia y guerrilla. Por ejemplo, cuando Katniss Everdeen logra matar a dos chavales lanzándoles una colmena de tracker jackers (avispas mutantes con mala leche cuya traducción al español no me apetece buscar), los espectadores de los distritos aprenden que pueden usar las armas del Capitolio a su favor. Además, hay algunos distritos "espartanos" donde se entrena a los niños específicamente para participar en los Juegos, por lo que, en caso de rebelión, el problema para el gobierno puede ser realmente grave. El día que el pueblo tome conciencia de ello, los días de Panem estarán contados.

A todo esto habría que añadirle una organización económica totalmente absurda e irracional, basada en unidades territoriales hiperespecializadas que provocarían un colapso del sistema ante cualquier fallo importante, pero este tema ya necesitaría un post aparte (que sugiero a alguien que pilote más de economía). 

Todavía no me he leído la trilogía. Estoy en ello, pero ya intuyo que a Panem le espera un futuro muy, muy negro. Sólo espero que Suzanne Collins haya relatado la caída en condiciones y no la atribuya a  la magia del amor, cosa que, en este tipo de literatura, quizá sea mucho pedir. 

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