10/9/12

R. Bradbury - Fahrenheit 451

Acelera la proyección, Montag, aprisa. ¿Clic? ¿Película? Mira, Ojo, Ahora, Adelante, Aquí, Allí, Aprisa, Ritmo, Arriba, Abajo, Dentro, Fuera, Por qué, Cómo, Quién, Qué, Dónde, ¿Eh? ¡Oh! ¡Bang! ¡Zas!, Golpe, Bing, Bong, ¡Bum! Selecciones de selecciones, selecciones de selecciones de selecciones. ¿Política? ¡Una columna, dos frases, un titular! Luego, en plena vorágine, todo desaparece. La mente del hombre gira tan aprisa a impulsos de los editores, explotadores, locutores que la fuerza centrífuga elimina todo pensamiento innecesario, origen de una pérdida de valioso tiempo.

La sociedad distópica que nos pintó Ray Bradbury en su libro más conocido se caracteriza principalmente por que la gente ya no lee. La lectura había sido desplazada paulatinamente por la tecnología en general y la por la televisión en particular, por una cultura del espectáculo que terminó por crear ciudadanos dóciles y manipulables. El escritor de Illinois murió hace unos meses viendo como su pesadilla se iba materializando de forma cada vez más palpable, aunque al menos tuvo el mérito de adelantarse a los análisis de Guy Debord o Jean Baudrillard, que en lo sustancial nunca llegaron a decir nada que no viniese en esta novela. 

El caso es que si la gente había dejado de leer por su cuenta, voluntariamente, la ilegalización de los libros y el papel de los bomberos que queman libros me parece bastante cuestionable. El autor explica que la quema de libros es un acto que forma parte de esa sociedad del espectáculo, que busca recordar a la gente lo malos que son los libros. Pero no me convence. Si la gente ya estaba dejando de leer motu proprio, no tendría sentido introducir la represión material, que no genera más que mártires y problemas. Al principio podría funcionar, pero con el paso del tiempo la situación se acabaría volviendo insostenible. 

La censura gubernamental y la represión a quienes se saltan esa censura son temáticas recurrentes de las distopías de la guerra fría, pero en el siglo XXI ya chirrían un poco. Ahora si haces algo subversivo te dedican una camiseta y te convierten en materia de espectáculo para las noticias por la noche, pero no te torturan. Bueno, quizás te torturen, pero eso quedaría en un segundo plano. Hay que escribir libros sobre eso, aunque no se vayan a convertir en lectura obligatoria de los institutos hasta dentro de cincuenta años.

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