19/12/11

La muerte de Kim Jong-il

En línea con lo que comenté anoche, además del cine de espionaje, me gusta Corea del Norte porque es un pedacito de guerra fría que ha llegado hasta nosotros. Al menos una vez al año, como si fuese una especie de Papá Noel de los telediarios, nos suministra noticias frescas de capitalistas y comunistas, de fronteras y armas nucleares. Nos permite saborear con cierto masoquismo la excitación de formar parte de una humanidad en la cuerda floja, de ser como Goku después de dejar medio muerto a Freezer en un Namek a punto de estallar, sólo que Goku tenía la posibilidad de escapar. Nos da la posibilidad de ser rebeldes y ponernos del lado de los malos aunque sea sólo por provocar.



Me gusta el post-capitalismo de Corea del Norte porque es una mezcla entre el estalinismo y Kung-fu, con esa retórica plagada de metáforas que a los estúpidos occidentales nos cuesta tanto entender. Es una lástima que el Querido Líder se haya muerto precisamente ahora, porque si hubiese resistido un par de semanas podría haber sido el primer paso para que se hiciera realidad el argumento del Homefront. Se abre un futuro bastante incierto en el que ni siquiera podemos intuir lo que pasará porque la propaganda de ambos bandos es chunga de narices. 

Lo que si se puede intuir es uno de los funerales más espectaculares de la historia. En un país donde todo lo que se hace es épico (porque allí son gloriosos incluso los ascensores), un evento de estas características podría llegar a provocar muertes por exceso de majestuosidad.
 




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