11/11/13

Ayn Rand - La rebelión de Atlas

Bill Maher afirmó hace tiempo que La rebelión de Atlas es un libro que jamás ha sido leído entero por alguien con novia, y que ejerce un extraño atractivo sobre la gente que parece lista pero no lo es tanto. Por eso me lo he leído. Sí, entero. Conocí este tochaco de más de 1200 páginas de filosofía novelada gracias a este jrandísimo post de Vicisitud y Sordidez sobre cómo la obra de Rand convierte a los freaks en una cuadrilla de gilipollas, y la verdad es que después de haberlo releído no tengo mucho que añadir.

Bueno, por resumirlo muy brevemente diré que lo que hace la autora en este libro es defender el capitalismo desde un punto de vista ético, además de económico. Para ello, nos sitúa en una distopía en la que un malvado gobierno colectivista se dedica a tomar medidas que, en nombre del bien común, asfixian la iniciativa privada y por tanto hunden la economía del país. En respuesta a esto, los ricos deciden hacer una especie de huelga y para demostrar que sin ellos el mundo sería al cuerno, y de ahí sale el título del libro, que originalmente se iba a llamar La huelga.

Lo que más llama la atención de La rebelión de Atlas es que los héroes son los malos. Ahí está Hank Rearden, un despiadado magnate siderúrgico que sería capaz de dejar morir de hambre a su familia en nombre de la idea de que cada palo debe sostener su vela, o Dagny Taggart, una misántropa empresaria del ferrocarril, o Ragnar Danneskjöld, un terrorista que se dedica a saquear barcos que transportan ayuda humanitaria, o Francisco D'Anconia, un aristócrata privilegiado que destruye todas las minas de cobre del mundo alegando que son suyas y como son suyas puede hacer lo que le da la gana (claro, claro), o John Galt, un inventor que usa su ingenio para boicotear el sistema porque no le gustan los impuestos. Por supuesto, Rand lo enfoca desde otro punto de vista, pero pasa como con el personaje de Walter White en Breaking bad: llega un momento en que te das cuenta de que es un monstruo.

Desde el punto de vista literario no es gran cosa: los personajes son planos, los grandes discursos aparecen metidos con calzador y es un estilo simplón, soso. Ahora bien, desde el punto de vista filosófico no tiene desperdicio, con muchas ideas ciertamente provocadoras que me han hecho repensar ciertos temas. Obra imprescindible de la literatura derechosa, ideal para gente que no tiene novia o que no es muy inteligente.

¡Vivan los planes de unificación!
¡Viva el presidente Thompson!
¡John Galt al paredón!

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