Ah, el fútbol. El fútbol es el nuevo opio del pueblo. Y me encanta, aunque no lo sigo activamente, salvo en algunos partidos del Sporting que bajo a ver al bar mientras tomo unas cervecitas (lo que provoca que al llegar la segunda parte el partido me parezca más divertido de lo que es), con saber los resultados me conformo.
Todo cambia cuando llega un campeonato entre selecciones, como el mundial, la Eurocopa o, en este caso, la confederaciones. Ahí lo vivo como el más paleto de los hooligans. El problema es que estos eventos suelen ser en junio, y en junio cada vez estoy más ocupado, aunque siempre puedo sacar un ratito para ver algún partido, el que sea. Calor, final countdown y fútbol es una de esas combinaciones que te hacen sentir bien. Sabes que ya estarás de vacaciones cuando llegue la final, que no queda mucho para que llegue la final y que después de la final habrá una maratón de fiestas.
Por no decir que es un placer ver jugar a España sin sentir vergüenza ajena, saboreando el miedo de los rivales y disfrutando de un juego que raya lo artístico. Luego se van a casa en semifinales, o no, pero qué más da.
Lo único que me da pena es que hay pocas probabilidades de que podamos ver un Irak - Estados Unidos.
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