[Peligro: el nivel friki de esta entrada podría dañar la sensibilidad de algunas personas] No recuerdo quién fue el que me vendió la moto para que me enganchase a Warhammer 40k. Supongo que la presión del grupo, ya sabes: todo el mundo juega y tú sientes la necesidad de unirte para no morir del asco. Así empecé a beber los fines de semana y así aprendí a jugar al ajedrez.
Reconozco que he pasado muy buenos momentos jugando y algunas partidas fueron memorables, amén de que tuve el placer de conocer a la jet set del frikismo local, pero ahora, visto desde mi perspectiva de ex-jugador, no me ha salido nada rentable. Incluso me siento estafado.
Yo quería coleccionar Hermanas de Batalla y construir un ejército íntegramente femenino. Por desgracia, en la edición que acababa de salir cuando empecé, estaban descatalogadas. Me dediqué a coleccionar marines con la esperanza de que algún día volviesen a salir, nuevas y remodeladas. Y sí que salieron, años después, llamándose Cazadores de Brujas. Rescataron las figuras antiguas, y las pocas nuevas que se habian molestado en hacer eran feas, por no hablar de lo difícil que era formar un ejército viable en el campo de batalla sin utilizar hombres ni engendros mecánicos, que era precisamente la idea que tenía. Me llevé una buena desilusión.
Al final lo acabé dejando, básicamente por esa revolución de los precios permanente en la que vive Games-Workshop. Cuando empecé, una caja básica costaba 3200 pesetas, que ya era caro. Luego llegó el euro y subieron los precios. No, no redondearon al alza; los subieron de forma abusiva. Y luego otra vez, y luego otra, hasta que me cabreé y nunca más les volví a comprar nada. Lo que quiera conseguir de Games-Workshop, lo intentaré conseguir de la forma más ilegal posible, y sin darles un duro.
Todo esto me acaba de recordar que hace ocho años dejé a medias mi colección de Mint na Bokura para gastarme el dinero en figuritas y pinturas de Warhammer. Quizá vaya siendo hora de retomarla.
1 comentario:
Piensa que sin haber pasado esta etapa de tu vida nunca habrías escrito sobre Lion'El Rojo, ni la historia de Friser. Mereció la pena.
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