6/9/11

Gente imaginaria

Gracias al último podcast de Virucom ya no me da vergüenza reconocer que yo también me había inventado una novia en el pueblo (y ese alivio al saber que no eres el único...). Explicación teórica: acababa de entrar en la pubertad, la cultura televisiva me enseñaba un mundo genial que no se correspondía con la realidad y los libros de texto sólo decían que me iba a salir pelo allá abajo y me iba a cambiar la voz, así que terminaba por tirarme en la cama para proyectar sobre el techo de mi habitación cómo deberían ser las cosas.

A la gente que nos inventamos les ponemos atributos ideales, como cuando preparas la ficha de tu personaje de rol, pero sin restricciones. Y resulta ser un reflejo de nuestros verdaderos gustos y valores; los de verdad, no los que pensamos antes de decir.  Conocí a una chica bastante penosa que se había inventado una amiga forrada de dinero, guapísima y muy fiestera: tanto que una noche se emborrachó y acabó bañándose en una fuente sin quitarse su carísimo vestido blanco de D&G. El novio de esta chica, por cierto, se inventó a su mejor amigo, un tal Santiago, con el que llevaba una vida tan alucinante que tenían que escapar a menudo de la policía, hasta que (ojo al dato) murió en el 11-M. Ya es puntería: en la lista de fallecidos no había ningún Santiago.

Y luego está el curioso caso de una muchacha despechada que se había inventado un tío con el que intentaba ligar, pero sin éxito. Le pasa como a mí, que ni en las fantasías triunfa. Era un ojeador futbolístico ricachón con casa aquí y en Italia, cochazo y sueldo de cuatro mil euros al mes, si mal no recuerdo. Pero bueno, es que la gente despechada por lo general hace cosas muy graciosas. Hay anécdotas para dar y tomar, pero ya las contaré más adelante... cuando esté dispuesto a contar las mías, que también son cojonudas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando yo era más cría, una compañera de clase particular se inventó un amigo (prácticamente no le hablaba nadie). Al amigo aquel lo bautizó como Ruperto, y era la polla verle jugar a palabras encadenadas con él, te lo juro.

Decía la tía: -monja!-
Y entonces añadía: -¿no sabes, Ruper? No te preocupes, digo yo por ti. Jamón!-

Y así se pasaba las horas. Un día la convencimos de que Ruperto era un nombre sin gancho, así que lo rebautizó como Chayanne :D

PD: Soy Raquel^^

Luis dijo...

Jajaja por favor, espero que no tenga hijos NUNCA xd